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MIS RELATOS

¡Bienvenido al rincón de lectura en prosa!

Aquí podrás encontrar una selección de mis relatos.
Espero que te gusten y gracias por tu tiempo.



LA FUENTE DEL BRUXO

 

Hace unos días, escuchando un comentario sobre fuentes, me vino a la memoria mi propia infancia, alrededor de mi fuente, en Luarca, Asturias

La llaman La fuente del Bruxoy por algo será…ésta es su historia, al menos como yo la he vivido.

   Está ubicada en una calle con uno de esos nombres ilustres, pero todos en el pueblo la conocíamos como la calle de la Fuente, mi calle, dónde yo nací, en esa época en que nacer era un acontecimiento tan natural que se hacía en la propia casa, entre caras conocidas, y no entre extraños en un frío hospital.

   Es una  fuente mural que fue construida en el año 1764 sobre los restos de una antigua medieval, es de estilo neoclásico y está rematada por un frontón triangular.

   Reconstruida en el siglo XVIII, al estar situada a un nivel inferior que el resto de la calle se descendía para coger agua por una gran escalinata, y estaba rodeada de bancos de piedra y una gran alameda. Pero los años y el “progreso” fueron comiéndole terreno, y los árboles y los bancos se trocaron en casas, achicándole más cada vez el espacio y enclaustrándola hasta convertirla en lo que es en la actualidad casi un simple recuerdo debajo de un edificio: unos aprisionados escalones que dan paso a la pileta y el frontal con sus cuatro caños mudos y resecos como un viejo encorvado que se hubiera olvidado de reír y hasta de vivir.

  Pero yo, de lo que quiero hablar, no es del ahora sino del ayer, cuando la fuente cantaba alegremente y los chiquillos del barrio jugábamos a su vera, aquellos juegos de entonces, y entre carrera y carrera de bicis o de patines, entre salto y salto de la comba o mientras decidíamos si escoger entre el escondite inglés o el tradicional bajábamos a refrescarnos y a echar unos traguitos de la ríquísima agua que de ella manaba.

  Recuerdo también los agostos, cuando venían mis primas a veranear y nuestra misión era ir a buscar agua con grandes botellones para la comida. En una de esas idas, cuando yo aún era bastante pequeña queriendo demostrar que también yo podía agacharme y coger agua en una botellita, tanto me acerqué al borde que me resbalé y me caí de cabeza, no me ahogué, evidentemente, pero el susto fue tremendo según me contaron.

  En mi pueblo, durante el verano, casi cada barrio tenía su noche de verbena, con orquesta y baile incluido, la nuestra era la noche de San Pedro, y la víspera se engalanaba la calle para la ocasión, todos los vecinos esperábamos con gran ilusión la fecha y rezábamos para que no lloviera y se nos aguara la fiesta, aunque a mí se me aguó un año. Tenía yo catorce años, y por culpa de una de esas estúpidas gripes primaverales me tuve que quedar en casa con fiebre, llorando y oyendo la música desde la cama.

  Se llama La Fuente del Bruxo porque contaba la tradición que estaba hechizada por un brujo y que todos los forasteros que venían  a Luarca y bebían de su agua acababan casándose en el pueblo con una luarquesina. Y la verdad es que yo puedo dar fe de que conozco varios casos, entre ellos me cuento yo misma, mi marido bebió de la fuente la primera noche de su estancia en Luarca cuando lo conocí y eso que se lo advertí antes de que lo hiciera, pero se rió de mí y dijo que tenía sed y que eso eran tonterías, bueno, nos casamos a los dos años y han transcurrido muchos agostos desde entonces…

  Ahora vivo en otro lugar de Asturias, pero cada vez que voy a mi pueblo y me asomo a la barandilla de la fuente y la veo tan chiquita, tan escondida, tan callada, no puedo evitar que la nostalgia me invada y me lleguen los ecos del agua cantarina y las risas de los niños de entonces.

  Hoy, por otra de esas casualidades, me acabo de enterar de que el Ayuntamiento ha decidido restaurarla y trasladarla a otro lugar, aunque a muy pocos metros de donde está y volver a darle parte del antiguo esplendor, yo no sé como quedará, ni sé tampoco si volverá a brotar agua de sus cuatro caños, pero confío en que el resultado sea el esperado por todos los que nacimos y crecimos a su vera.

  Y me pregunto, si una vez restaurada, el bruxo volverá a hechizarla para seguir cumpliendo con la antigua tradición…

 

Emma Rosa

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EL RESTAURANTE

 

Aquel lunes, a la una en punto de la tarde, el hombre no llamó demasiado la atención. Con incipiente calva, gafas de montura plateada transparentando unos ojos ligeramente saltones y traje gris con corbata de rayas, entró por la puerta del restaurante aspirando por la nariz como si estuviera oteando el horizonte.

            Habló con el camarero y tras decir que quería comer, se sentó en la mesa que le indicaron, leyó el menú y, sin más ceremonia, pidió su comida:

            -Por favor, me trae sopa de cocido y pollo asado con ensalada. Para beber, agua fría con una rodaja de limón. Ah, y espero que no tarden mucho en servirme; tengo el tiempo bastante limitado.

            Se dedicó a observar a su alrededor: el local era pequeño, el sitio perfecto para sus planes. Un negocio familiar que anunciaba comida casera y buen trato a los posibles clientes que, normalmente, quedaban tan a gusto con los servicios prestados que terminaban convirtiéndose en asiduos.

               Apenas habían pasado cinco minutos cuando le sirvieron el primer plato. La sopa estaba muy sabrosa y dio cuenta de una buena ración pero, cuando probó el pollo, frunció el entrecejo y llamó al camarero, le dijo que aquello no se podía comer, que estaba reseco y duro como cartón. Y no, no quería que le trajeran otra cosa; sencilla- mente tenía prisa y se le había quitado el hambre. Pagó su cuenta y se fue.

               Al día siguiente, martes, el mismo hombre volvió a entrar en el restaurante a la una en punto de la tarde. Tras hablar con el camarero -que se asombró de verlo otra vez  después de lo que había pasado-, se sentó en la misma mesa y pidió su comida:

-Por favor, me trae una sopa de pescado y un chuletón con ensalada.

               Como el día anterior, y con la misma rapidez, nuestro hombre se comió su buena ración de sopa y, después, al probar la carne, volvió a arrugar el entrecejo alegando que estaba demasiado crudo, prácticamente sin hacer. Pidió su cuenta y se marchó otra vez, sin aspavientos y sin llamar tampoco la atención; ninguno de los escasos clientes que había a esa hora se habían percatado del incidente, y el camarero se limitó a encogerse de hombros y recoger los platos.

               Al tercer día, el miércoles, el mismo cliente misterioso. La misma ceremonia. Esta vez eligió una crema de verduras que degustó tranquilamente y, cuando probó la merluza en salsa, se quejó otra vez. Según él tenía un olor raro como si no estuviera fresca. Pagó su cuenta y se marchó casi tan rápido como había entrado.

               El jueves, el camarero, que ya había dado por sentado que el cliente aquel tan extraño no aparecería más por allí, creyó que tenía alucinaciones al verlo aparecer de nuevo a la una en punto, y empezó a sentir curiosidad por saber cómo se desarrollarían los aconte- cimientos. Su tío, que era el cocinero, se había disgustado al principio, pero él le había ido calmando, sugiriendo que era un tipo raro, y que igual estaba chalado; que, mientras pagara y no alborotara, mejor dejarlo estar.

               Le sirvió una sopa de tomate y verduras que, como siempre, desapareció en seguida del plato del comensal y, después unos espaguetis que aunque parecían apetitosos se quedaron casi sin probar, la excusa esta vez fue que estaban demasiado cocidos y pastosos.

               El viernes, el camarero, según se acercaba la una de la tarde, ya estaba pendiente de la puerta y de la mesa para que no la ocupara nadie; tenía los nervios a flor de piel. Su tío se había tomado ya muy mal la escena del día anterior y había dejado claro que si volvía a aparecer por allí aquel estúpido le serviría él personalmente la comida. Para rematar la mañana, habían tenido problemas con los proveedores, y el cocinero estaba de un humor insoportable.

               El hombre del traje gris entró por la puerta, esta vez su ropa era azul marino y traía un maletín en la mano. Se sentó a la mesa y pidió una sopa, pero no especificó de qué, dijo simplemente que le encantaban todas y que lo sorprendieran.

               Cuando el joven se presentó en la cocina con semejante petición su tío le contestó mientras le lanzaba una mirada fulminante:

            -¡Así que se ha atrevido a volver, eh! Pues esta vez le atenderé yo personalmente.

               Sirvió sopa en un plato y le echó diversos ingredientes y, dándole la espalda, agregó algo más que su sobrino no supo ni quiso adivinar lo que podría ser.

               Se acercó con el plato a la mesa y, con una extraña cara de circunstancias, se dirigió al cliente:

            -Una sopa especial de la casa, para un cliente muy especial. Veamos ese paladar tan fino que tiene usted si distingue los sabores –añadió en tono retador.

               Nuestro hombre, sin decir nada, revolvió el líquido y, sacando un botecito de plástico, empezó a verter dentro cucharadas de sopa.

              El cocinero se puso lívido y le preguntó con inmenso terror si era un inspector de  Sanidad o algo así. Pero el extraño cliente le contestó con absoluta tranquilidad.

            -¡Oh, no!, no se preocupe por eso, buen hombre. El analista es mi hermano, yo soy psiquiatra; estoy haciendo un estudio comparativo sobre la capacidad de aguante y las distintas respuestas y reacciones que tienen las personas sometidas a un estrés predeterminado y ante situaciones extrañas que no pueden controlar.

              Cerró el botecito, se lo guardó y, guiñándole el ojo, añadió con una gran sonrisa:

            -Quédese tranquilo, su secreto estará a salvo conmigo. Ah, y que conste que su comida es fantástica. A veces me dio auténtica pena tener que marcharme dejándola intacta.

               Y, diciendo eso, se levantó y se marchó, esta vez sin pedir la cuenta.


Emma Rosa

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LAS TAZAS DE LA ABUELA


Cada estancia de la casa de mis abuelos era como un pequeño museo, cada rincón con su propia personalidad.

 El perchero-paragüero a la entrada, siempre parecía firme, como si de un soldado se tratara custodiando un castillo; a la derecha los paraguas, a la izquierda los bastones y coronando las perchas el abrigo y el inseparable sombrero de mi abuelo, y en una repisa, casi a ras del suelo, el gato de porcelana, siempre quieto: “no sé toca, eh”.”No, abuelita, nena no toca”, -contestaba yo, agarrándome las dos manos detrás de la espalda para evitar tentaciones.

 El dormitorio grande con sus muebles de caoba, el esbelto armario con sus hermosos espejos y el juego de tocador, siempre intocable, cada pieza colocada sobre los pequeños tapetitos, impolutos, de ganchillo blanco, elaborados por las ágiles manos de mi abuela.

 La pequeña salita, una auténtica joya para la vista, con sus paredes llenas de retratos,  imitando árboles genealógicos, sólo bodas y comuniones, éramos muchos los nietos y había que compartir el espacio; sobre las repisas: las fotos de los recién nacidos, entre

libros, figuritas delicadas, y otras no tanto, como  las maracas o la pareja de negros zumbones traídos de Cuba.

 Y el comedor, con sus sobrios y rotundos muebles de roble, mudos testigos de tantas comidas familiares. En la esquina, y dentro de una vitrina, la reproducción a escala de un buque trasatlántico: “barcos que hacían las Américas y traían a los indianos de vuelta a casa, al menos los que regresaban con posibles. Y dentro del Aparador, guardadas al fondo, el juego de tú y yo, oriundo también de Cuba: las dos tacitas rosadas, de exquisita forma, se diría que fueron hechas a capricho de un escultor, ni cuadradas, ni redondas, con sus platitos a juego.

 Eran como un tesoro y se usaban en contadísimas ocasiones. Mi abuela tenía una tradición muy curiosa que empezó de casualidad: cuando su hija mayor llevó al novio por primera vez a su casa para presentarlo, ella, les sirvió a los futuros esposos el café en aquellas tazas, que por alguna extraña razón no se usarían hasta que su segunda hija llevó a su prometido, y así se convirtió en una tradición familiar,  primero con sus hijas y luego con sus nietos y bisnietos; era como un ritual, mi abuela no decía ni que sí ni que no, sencillamente, si le gustaba el candidato, sacaba las tazas y servía el café, si no lo aceptaba o aún no estaba segura, las dos tacitas seguían reposando en el fondo del armario.

 Han transcurrido casi treinta años, desde que mi abuela nos sirvió  a mi novio y a mí el café por primera vez en aquellas tazas, y desde aquel día, me dije a mí misma que yo solo quería de herencia aquel “tu y yo”. En marzo se cumplirán seis años de la muerte de mi abuela, y las tacitas, reposan desde entonces en el fondo del armario de mi hogar, ahora, recordando aquellos tiempos, me pregunto, si yo también algún día con mis hijos y mis nietos, seguiré con la tradición de mi abuela.

 Emma Rosa

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EL ENCUENTRO: VIVIR UN SUEÑO


     Siempre me he preguntado adónde se van los sueños cuando se transmutan en realidad. Quizá se pierden por los rincones de la memoria entre volutas de recuerdos que jamás regresan a la consciencia o quizás perduran inolvidables para siempre en nuestra mente.

     Pero un hermoso sueño, cuando se vive, también puede convertirse en una cruel realidad; porque decía mi abuela que lo mejor de la fiesta no es la fiesta en sí misma sino la víspera, cuando nos creamos mentalmente la imagen de lo que esperamos y deseamos que suceda, y claro ¿quién le pone puertas a la imaginación?, por eso en muchas ocasiones, la decepción se adueña de nosotros, cuando nuestras expectativas no se ven cumplidas, sentimos como nuestro sueño se ha diluido en la nada, alguien nos ha acuchillado esa ilusión, y ya no hay camino de retorno, ¿cuántas veces nos hubiera gustado rebobinar la cinta de la existencia y poder volver a vivir la misma escena de la vida? Pero los acontecimientos se empujan unos a otros y se acumulan, ya no hay forma de volver atrás, y la realidad sí tiene límites, queramos o no, nos guste más o menos tenemos que aceptarla como es.

      También existe la otra opción, que un sueño por hermoso que parezca a priori, puede ser superado por la propia realidad, convirtiéndolo así en algo tangible, en instantáneas que quedarán fijadas para siempre en la retina del corazón, como sucedió el pasado sábado: miradas, sonrisas, voces amigas tantas veces escuchadas, complicidad de sentimientos compartidos desde el libre y personal albedrío de cada uno, pero todos con la ilusión del proyecto común reflejada en la cara. Así nos presentamos poco a poco, a borbotones, unos con la tranquilidad que da la experiencia ya vivida, otros con el temor o la preocupación del primer encuentro con lo desconocido, pero pronto las dudas se convirtieron en palabras amigas, abrazos de mar, mediterráneo, atlántico, cantábrico, abrazos de tierra con aroma de hierbas, abrazos isleños, abrazos con sabor tropical imprevisibles y emocionados.

     Transcurrían las horas y nos íbamos despidiendo a trocitos, con un cuenta gotas de emociones dentro del pecho, con un extraño brillo en los ojos, y con un ¡hasta la próxima vez!

     Tras una comida estupenda y una tarde de charla y confidencias personales, las últimas copas en recuerdo de lo ya pasado, las últimas reflexiones antes de la despedida final, la vuelta a la realidad y el regreso a mi casa con mi familia.

    Ahora que he conocido y reconocido a un montón de amigos, sé que volveré, que volveremos a reunirnos, pero a pesar de la ilusión que me pueda producir el reencuentro, jamás volverá a ser igual, jamás volveré a sentir aquel gusano que me hacía cosquillas en las entrañas cuando en una hermosa mañana de enero, casi sin pisar el suelo, mis pies me llevaban en volandas por las calles de Madrid hacia el Café Gijón, a vivir un sueño, que hecho realidad, perdurará acurrucadito en un rincón de mi memoria para siempre.

Emma Rosa

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LA CAPRICHOSA MEMORIA


¿Qué es la lucidez? ¿Qué poder, qué oscuro poder se encarga de orquestar en nuestra mente las ideas? Todo, absolutamente todo, se puede aprender. Hoy sabes más de lo que sabías ayer, cada día se añaden nuevas ruedecillas al engranaje de la experiencia; sin embargo, hoy aprecio y distingo conceptos que mañana seré incapaz de reconocer.
Acaso somos como el caracol, que trepa lentamente y resbala, teniendo que retomar el camino tras su propia huella para llegar a su meta.
Quizás nuestra mente está gobernada por entes intangibles que juegan dentro de nuestras cabezas a un escondite imaginario, barajando las cartas de un tarot invisible donde cualquier situación pueda ser válida.
Tal vez las personas nos creemos dueños de nuestros actos, cuando en realidad es un destino omnipotente el que dirige nuestros pasos, y nosotros solo somos las marionetas olvidadas que se negaron a morir, y cuyas sombras aún perduran en el espacio, como esas estrellas extinguidas que siguen brillando sin permiso.
Desde la nada, hacia la nada. Al final, seres inconscientes de un futuro que se torna pasado.
Testigos impotentes de un presente tan caprichoso y tan necio como nuestra propia existencia.
Envoltorios de vida incapaces de controlar el tiempo que nos engulle, exprimiéndonos una voluntad que se va apagando en el recuerdo del vacío que dejamos en la última partida.
La memoria es tan caprichosa como una muchacha que se pinta los labios a escondidas y se calza los zapatos de tacón para ir al baile, y al regreso vuelve a convertirse en niña.


Emma Rosa

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ENTRE SUS ENTRAÑAS

Desenterré el cuchillo y lo hundí con furia otra vez. Lo clavé de nuevo y escarbé profundamente. Entre sus entrañas congeladas busqué con desesperación. Introduje mis manos, maldiciendo mi suerte: sentía cómo su tacto me quemaba la piel. Desgarré su cuerpo que se deshizo entre mis dedos, y al fin lo encontré, brillando entre la nieve: allí estaba mi alianza de oro...Volvería a empezar el muñeco otra vez.

Emma Rosa

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LA VIEJA BIBLIOTECA.



   Olía a madera y a papel, con ese aroma indefinible que desprenden las viejas bibliotecas. En el barniz del suelo desgastado, casi se adivinaban las huellas de tantas pisadas detenidas en los mismos sitios.

   Cuando entré por primera vez, de la mano de mi hermana, y contemplé con mirada tímida aquellas paredes cubiertas de libros, me sentí como Alí Babá al entrar en la cueva y descubrir el tesoro.

   Un señor muy serio y muy amable me acompañó al fondo de la estancia y me enseñó la sección infantil. Sus estantes llenos de cuentos, todos a mi disposición, y yo no sabía por cual decidirme, sentía que todos me llamaban; cogí uno al azar y me senté en un rincón, delante de una mesa grande que olía a barniz; me fijé en el título: “Cuentos de esquimales”, y me sumerjí en un mundo mágico de aventuras, hasta que mi hermana me llamó para marcharnos. El mismo señor de antes me dijo que si me hacía responsable de devolverlo en perfecto estado me lo podía llevar a mi casa por unos días. Yo asentí rotundamente, firmé en una ficha en la que constaban mis datos, y aquel insignificante gesto, al que la niña de entonces no dio importancia, fue el primero de una larga cadena que jamás se ha interrumpido.

   Por aquel entonces no existían los ordenadores, ni las game boy, ni los móviles, en el cine rara vez echaban películas aptas para todos los públicos y la televisión, aún en pañales, exceptuando los domingos tenía un horario muy reducido y en la mayoría de los hogares brillaba por su ausencia. A los niños nos sobraba mucho tiempo libre y las largas tardes de invierno se hacían eternas discurriendo la mejor manera de matar el tiempo sin planear demasiadas travesuras.

   Me convertí en asidua visitante de la biblioteca, y allí, entre sus paredes, sentada en mi rinconcito del fondo, se fue forjando lo que se convirtió con el tiempo en mi mayor afición: la lectura. Primero fueron libros de cuentos, luego los de aventuras, de misterio, de poesía, los trabajos del instituto, las historias de amor...Mis inquietudes y mis gustos literarios iban creciendo conmigo, y así pasé de la zona infantil a la juvenil, y por último a la de adultos, siempre aconsejada por el mismo señor serio, el inolvidable y entrañable D. Joaquín que estuvo a su cargo durante innumerables años.

   Ha pasado mucho tiempo desde entonces, la vieja biblioteca ya no exíste, en su lugar hay una panadería y una administración de lotería, pero cada vez que voy a mi pueblo al pasar por la calle de la iglesia, de camino hacia el muelle o la playa, no puedo evitar un suspiro al recordar... y siento que me llegan como en un eco las voces de mis héroes de entonces, Alicia, Sandokan, Serlok Holmes y tantos y tantos otros...


Emma Rosa



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SOÑÉ QUE SOÑABA”



     Se asoma la tarde por mi ventana abierta y la brisa se cuela de rondón por mi mente, revolviéndome las ideas y agitándome los pensamientos en un maremagnum de sensaciones cada cual más imposible de sentir que la anterior, y pienso...Qué triste es la vida del que no cree en otra existencia, y qué triste es su muerte. Cuando la vida es tan corta, sin esperanza, y la muerte tan larga. Cuando no hay nada, tras el sueño eterno. Qué miedo da morirse, desintegrarse, hacerse nada. Yo no me pienso morir, al menos, no del todo, lo justo para cumplir con las normas, por no hacerle un feo al destino; morirme sólo un poquito para que me puedan llorar los que me querían, y para alivio de quien me prefiera muerta.
 

     Desde ahora solicito el permiso divino para que, llegado el momento, mi espíritu libre pueda volar por el ancho mundo, viajar por el Universo sin límites, y así cumplir mis sueños más locos...

    Me iré a visitar el Olimpo vacío, a rogar a los dioses que vuelvan, porque los pobres mortales se sienten desconcertados y aburridos. Iré a buscar a las xanas y a las náyades, porque sin su presencia los ríos están tristes y las fuentes ya no cantan y la tierra se reseca.

    Le pediré a Sherezade que siga inventando cuentos, porque los niños se han olvidado de soñar y ya no existe la imaginación, sólo la realidad. Suplicaré al ave Fénix que una vez más resurja de sus cenizas y cubra el mundo con sus plumas de colores, pues todo se está volviendo gris y opaco. Al mago Merlín que nos preste las estrellas de su capa para poder pedir un deseo. Tal vez le preguntaré a Buda si quiere dar un paseo conmigo para estirar las piernas, y luego nos sentaremos a contemplar Alejandría, desde lo alto del Faro, en compañía de Cleopatra, mientras las sirenas con sus cánticos vuelven a tentar a Ulises...Y, tal vez, les haga una jugarreta a todos los profetas de todas las religiones, citándolos a la misma hora en el círculo mágico de Stonehenge para que fumen la pipa de la paz con Toro  Sentado a la luz de la luna...

    Se asoma la noche por mi ventana abierta y unas insolentes gotas de lluvia se cuelan, empapándome la cara, disipando el humo del tabaco; despierto y pienso: que triste es la noche del que no sueña y sólo duerme, cuando la vida es tan corta...y la noche tan larga.

Emma Rosa


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DEL GANCHILLO A LA INFORMÁTICA

“Hoy los tiempos adelantan que es una barbaridad”, decía el estribillo de una canción de una famosa zarzuela.

Era la época en que “las vacas lecheras daban leche merengada” y “las casitas encima de las montañas eran de papel“, las floristas se paseaban por la calle de Alcalá vendiendo nardos, y Machín nos pintaba “angelitos negros” o llorábamos “mirando al mar” con Jorge Sepúlveda.

Eran los tiempos en que nuestras madres-abuelas-tías, todas ellas recatadas y sobrias amas de casa, obedientes, sumisas, abnegadas, solícitas, hacendosas y supuestamente fieles esposas, se reunían cada tarde alrededor de viejos aparatos de radio a escuchar las canciones de la época y los folletines y seriales de amores y desamores - que también los había entonces- y entre fallo y fallo de las ondas y anuncios de Colacao y máquinas de coser Singer aprovechaban para criticar a la vecina de turno o para comentar la última novela de Corín Tellado; todo ello con el ganchillo, la calceta o el bordado de las sábanas y la mantelería de la niña casadera, mientras ella paseaba con el novio, eso sí, bajo la vigilancia de la hermana mayor o alguna prima sensata que, irremediablemente, tenían que hacer de carabinas. Entonces las amas de casa eran reverenciadas, veneradas y respetadas, eran los pilares de la sociedad española, y es que gracias a la Iglesia y a aquellos señores de negro que se encargaban de recordarlo en la misa diaria y en la confesión semanal, la familia era lo primero, el sagrado sacramento del matrimonio había que cumplirlo a rajatabla, y el uso y el abuso de las relaciones maritales tenían como consecuencia familias numerosas (porque hijos, por supuesto, los que Dios mandase.

Pero los tiempos siguieron adelantando, cada vez con más ahínco y perseverancia, aparecieron los seiscientos, que pronto inundaron nuestras calles, los Beatles con sus escandalosas melenas y su no menos ruidosa música, y surgió el gran fenómeno llamado televisión, que rápidamente vino a suplantar a los anticuados y aburridos aparatos de radio: fue como un despertar colectivo, y una gran mayoría de mujeres se echó a la calle, y se empezó a hablar cada vez más alto en femenino en Universidades, Colegios, Oficinas, Despachos, Hospitales, Ejército, etc. La figura del ama de casa comenzó a perder fuerza y categoría, todas las mujeres jóvenes, y no tan jóvenes, querían convertirse de la noche a la mañana en “chicas ye-yé”, y, aunque a Manolo Escobar no le gustaba que su novia llevara “la minifalda a los toros“, las españolas, muy modernas ellas, sí empezaron a usarla; luego vendrían las flores en el pelo y las consignas hippies: “Haz el amor y no la guerra”, el Dúo Dinámico contándonos que su “amor tenía quince años“, y las películas del “destape”, donde los españoles contemplábamos entre asombrados y complacidos los primeros aperitivos eróticos de nuestro cine nacional, eso sí, después de un NODO serio y formal sobre los acontecimientos recientes de nuestra historia y las consignas políticas machacantes con aquella voz engolada del Movimiento sin movimiento.

Mientras que siguen pasando los años y cambian las ideas, las señoras “de profesión sus labores“, continúan en sus casas cumpliendo con sus tareas y faenas domésticas matinales, y con su ganchillo, sus calcetas y sus reuniones; aunque las sábanas y las mantelerías ya no llevan bordados tan primorosos. Ahora los seriales se han convertido en telenovelas y requieren más atención visual, sus protagonistas dejan de ser voces conocidas para pasar a ser rostros famosos y hay que prestarles el debido interés, y hasta hay que ver los anuncios para estar a la moda y conocer los últimos modelos de lavadoras, coches, etc.

Y así, de los televisores y el cine, primero en blanco y negro y posteriormente en color, con los últimos alientos del siglo veinte, llegamos a lo que sería otra Revolución mucho más grande que las anteriores: La Informática, que ha irrumpido en nuestras vidas, y el ordenador personal que, en apenas una década, se ha ido colando en nuestros hogares y adueñándose de nuestras voluntades y de nuestro tiempo. Imprescindible ya en todos los aspectos de la vida de cualquier nación.

Pero si el ordenador personal -me refiero al de uso doméstico- nació como herramienta de trabajo primero y ocio después, y los primeros que empezaron a usarlo fueron nuestros hijos, pronto el invento sería descubierto por las olvidadas, inquietas, curiosas y modernas amas de casa.

Ahora, a principios del siglo XXI, la televisión y el cine pierden protagonismo y la red de redes llamada Internet se convierte, sin quererlo, en cómplice y celestina de amores y relaciones, eso sí, virtuales, aunque no por ello menos placenteras que las puramente físicas. Y una gran mayoría de señoras “de profesión sus labores” han optado voluntariamente por cambiar el ganchillo y la calceta por el teclado y el ratón, las reuniones ahora ya no son alrededor de una vieja radio, o de un televisor de última generación, ya no se cotillea con la vecina por el patio de luces o se despelleja a la amiga de turno por teléfono o en algún café a media tarde. Gracias a Internet el mundo entero se ha convertido en una gran mesa camilla con ventanitas a una inmensa comunidad de vecinos, y las amas de casa -chicas-para-todo, tanto las que ejercemos todos los días como las que solo “marujean” los fines de semana- estamos aquí, en la vanguardia del progreso, aprovechando y disfrutando de todas las nuevas tecnologías.

Y es que, un siglo después desde que comenzó esta historia, tal vez habría que recordar aquel estribillo de la famosa zarzuela: “Hoy los tiempos adelantan, que es una barbaridad”.

Emma Rosa

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DE TRENZAS Y PIRATAS

Hubo un tiempo de muñecas; de sueños atrapados en los espejos de la noche; de lánguidas princesas que vivían en palacios de cristal; de lámparas mágicas y piratas navegando en barcos voladores hacia el país de Nunca Jamás.

Y hubo un tiempo de miradas extraviadas, escondidas tras cristales parcheados; de tímidas trenzas siempre despeinadas; de sonrisas inocentes, enmarcadas por las rejas de una ventana.

¡Ay!, hubo un tiempo de estrellas fugaces que amparaban enamorados; de suspiros mezclándose con el arrullo de un mar siempre cómplice; de besos iluminados por los cielos de la luna.

Y corazones rotos; y desengaños compartidos entre lágrimas y adolescencia; fotografías que se rompen, cartas que no se olvidan, promesas imposibles de cumplir.

Hubo flores y poesías; canciones de amor; caricias inquietantes y reflejos de sal en unas manos inexpertas... Y dudas... Y un ¡sí quiero!...

Giran entre la memoria, dando vueltas en un tiovivo eternamente joven, asoman al infinito de los recuerdos, y se viven una y mil veces: en la luna de las noches, en la lluvia de las tardes...

Emma Rosa

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DE ÁMBAR Y OCRES


Danzan.

Se entregan a los vientos en una cópula de amor y muerte.

Acarician ventanales y despiertan amaneceres dibujando sueños de bronce.

Barquitos improvisados que navegan en las fuentes y en las aguas de los ríos, a la sombra de los puentes, en busca de sirenas y princesas de cuento.

Y en las tardes en gris, se asombran de reflejarse en los cristales de la lluvia, y cotillean con las brumas espiando enamorados.

Sutilmente, besan las melenas infantiles y se recrean jugando al escondite entre los pliegues de las faldas adolescentes.

Con su magia de ámbar y ocres hechizan atardeceres en una sinfonía de gritos silenciosos que crujen bajo los pies de un duende solitario.

Las hojas se mueren, entre mensajes de melancolía.

Emma Rosa

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EL GALLO DON INCORDIO”


Don Incordio era el gallo más gallo de todos los corrales de la comarca.

Vivía como un sultán, rodeado de un harén de hermosas gallinas, que con sus plumas desplegaban en torno a su paso un abanico de alegres colores que iban desde el blanco hasta el negro, incluyendo toda la gama de tonos marrones.

Tenía Don Incordio el porte orgulloso y un andar tan majestuoso, que cuando atravesaba el gallinero dejaba tras sí una estela de suspiros y susurrantes cacareos, a los que él respondía con miradas de indiferencia y sacudidas de su roja cresta.

El gallo Don Incordio hacía honor a su nombre, de hecho lo habían bautizado así sus dueños porque era precisamente eso, un incordio. Tenía fama de ser el gallo más madrugador de toda la zona, con una voz tan potente, que era considerado por todos los vecinos el despertador oficial en muchos kilómetros a la redonda.

Pero a Don Incordio, se le había subido la fama a la cresta, y ante el temor de que se le adelantara otro gallo, cada mañana cantaba más y más temprano, despertando no sólo a sus congéneres sino también a todos los granjeros, que ante lo intempestivo de la hora se volvían a la cama refunfuñando y diciendo entre dientes: Este gallo es un incordio! Me dan ganas de retorcerle el cuello, a ver si así deja de incordiar!

El dueño de Don Incordio, era un campesino tranquilo y bonachón, quería mucho a su gallo, en el fondo estaba orgulloso de él, aunque reconocía que sus vecinos se quejaban con bastante razón, y cada vez que se acercaba a echar de comer a las gallinas, miraba a su gallo y le decía con un ligero movimiento de cabeza: ¡Ay Don Incordio, no por mucho madrugar, amanece más temprano!. Como sigas armando tanto alboroto por las noches y no dejes dormir a la gente no me va a quedar más remedio que echarte a la olla.

El gallo escuchó aquellas palabras y no se sabe muy bien si entendió su significado, o si pudo más el miedo que el orgullo, o si fue pura casualidad, pero al día siguiente, en vez de ser el primero en cantar, Don Incordio unió su voz al resto de los demás gallos. Así sería a partir de entonces, al fin y al cabo, se estaba volviendo viejo y quería vivir tranquilo lo que le quedara de vida.

Su amo tenía razón, no por mucho madrugar, amanece más temprano.

Emma Rosa

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EL PRINCIPITO EN LA ESCUELA

Cuando ya tenía arreglado mi avión, y tenía intención de marcharme, recordé que el principito había hablado solamente con mayores, y así se lo dije:

-Tú sólo has hablado con mayores, no conoces a ningún niño. Tal vez sería bueno que antes de marcharte a tu planeta hablaras con alguno.

-¿Qué es un niño?

-Una personita que puede ser de tu tamaño, o un poco más grande, pero con ideas parecidas a las tuyas; conservan la fantasía hasta que se hacen mayores.

-¿Dónde puedo encontrar un niño de ésos? En todos los planetas en que he estado no he visto ninguno.

-Aquí en la Tierra abundan mucho, te llevaré en mi avión y te dejaré cerca de una escuela.

- ¿Qué es una escuela?

-Una escuela es una casa dónde van los niños a aprender todo tipo de cosas; la persona mayor que se lo enseña se llama maestro.

-Sí -me dijo muy contento- llévame a una escuela.

Nos subimos los dos a la avioneta y un rato después divisé un caserón que ponía escuela, aterricé lo más cerca que pude y allí se bajó el principito; le dije que le iría a recoger más tarde para devolverlo al desierto antes de que pasara su estrella a buscarlo.

El principito entró y se encontró con dos personas, una era un mayor que estaba escribiendo en una pared pintada de verde, y la otra debía ser un niño.

-¿Tú, quién eres? -le preguntó el maestro. -Tienes un tamaño muy pequeño.

-En mi planeta todo es pequeño, sólo hay tres montañas y una flor. He venido a conocer a los niños. Me han dicho que en la Tierra hay muchos, pero yo sólo veo uno.

-Verás -le contestó el maestro, sentándose y poniéndose serio- hace años venían más niños a aprender a leer y a escribir, pero todos se han marchado con sus padres a la ciudad. Estamos en el campo y ésta es una escuela rural.

-¿Qué es una ciudad? ¿Por qué todos se marcharon ?

-En una ciudad hay muchas casas, edificios muy altos, el suelo es duro como una piedra, las personas casi no hablan entre ellas y se desplazan de un sitio a otro dentro de máquinas que hacen mucho ruido y echan humo a la atmósfera, por eso se respira mal y por la noche casi no se ven las estrellas.

-Entonces no entiendo a los mayores: aquí hay flores y montañas y seguro que se ven muchas estrellas, también hay corderos, los he visto al venir. Estoy seguro que aquí los niños son más felices que en la ciudad. ¿Tú por qué no te marchas? -le preguntó al niño por primera vez.

-Porque el maestro es mi padre, si nos vamos a la ciudad se cerrará esta escuela para siempre y tenemos la esperanza de que pronto vengan a vivir aquí más familias y así yo tendré amigos de verdad.

-Ojalá que tengas suerte -le dijo el principito- pero mientras que estés aquí solo, cuando llegue la noche, mira al cielo y verás una estrella más brillante que las demás. Ahí es dónde yo vivo, fíjate bien en ella porque yo te haré señas y así sabrás que tienes un amigo que se acuerda de ti. Ahora tengo que irme, pronto se hará de noche y aún tengo que hacer un viaje en avión antes de regresar a mi planeta.

Mientras el principito esperaba que su estrella viniera a buscarlo, pensaba que los mayores son personas muy raras, con lo tranquilo que él estaba con su flor y sus montañas.

Emma Rosa

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ENGAÑO MORTAL

Se despertó desorientada, sintiendo las piernas ligeramente entumecidas. ¿Dónde estaba?

De repente, como un torbellino, se representaron en su mente las imágenes de los últimos acontecimientos. Primero la visita del personal de la Compañía Aérea: “Señora... Ha habido un terrible accidente, un aterrizaje de emergencia en el Aeropuerto de La Habana...Sentimos comunicarle que su esposo se encuentra entre las víctimas mortales”.

Ella les había contestado que era imposible, que Carlos estaba en Londres en un viaje de negocios. Los visitantes intercambiaron miradas de estupefacción y le pidieron que lo comprobara llamando a la Empresa de su marido. Entonces el temor dejó paso al ridículo más espantoso cuando le contestaron: “... No, su marido no fue enviado a Londres, de hecho él mismo se despidió del trabajo, dijo algo de una quiniela y que no le volveríamos a ver el pelo...”

Luego, en estado casi de shock, la visita al Banco dónde pidió hablar personalmente con el Director: “Agustín, tienes que ayudarme, por favor... Necesito dinero, tengo que volar a Cuba... Carlos ha tenido un accidente aéreo...Yo creí que estaba en Londres...Sí, me dicen que... Está muerto...”

La respuesta la había dejado atónita: “Claro mujer, no hay problema, lo que quieras, ahora supongo que eres la única heredera. A tu regreso habrá que formalizar todos los trámites. Ya sabes: cuando hay millones de euros de por medio...”

Aquello era inconcebible. Marina escuchaba la verborrea del banquero como si fuera un eco cada vez más lejano, le hablaba de una quiniela millonaria, y su marido único agraciado; ella quedaría bien cubierta, no se tendría que preocupar de trabajar nunca más; además habría que añadir el dinero del seguro...

Después, en el Aeropuerto, ya más calmada, a punto de subir al Avión, se encontró con Fernando, el amigo de Carlos, también dispuesto a coger el mismo vuelo que ella. Por su cara descompuesta intuyó lo que había pasado. Ya nada podía sorprenderla, no se extrañó cuando él le contó que le habían comunicado la muerte de su esposa en un accidente aéreo, sí en el Aeropuerto de La Habana...

La voz se escuchaba en todo el Avión advirtiendo a los pasajeros que se abrocharan los cinturones de seguridad, estaban a punto de tomar tierra.

Marina despertó a Fernando que dormía a su lado.

-Abróchate el cinturón, cariño, ya estamos llegando.

- Bueno, ya tengo ganas de que acabe todo esto. Por fin podremos estar juntos. ¿Crees que ellos sabían lo nuestro?

- Ni lo sé, ni me importa. Todo ha salido mejor de lo que planeamos, el destino nos ha hecho el trabajo sucio. Tu primo no tendrá que mancharse las manos y nosotros nos ahorraremos un montón de preguntas incómodas. Se merecen lo que les ha pasado, por largarse así... Tendrías que haberme visto, todos se han tragado mi actuación de mujer triste y engañada...

Emma Rosa

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“EMIGRANTES”


Con los sueños navegando entre olas indiferentes.

Con hambre de ilusiones, se arrinconan en los estrechos espacios. Se
contemplan.

Se diluyen entre las horas líquidas. Sal en el aire, sal en los ojos,
salitre en los hatillos de ropa desgastada.

Viejas maletas donde habita el traje de los domingos y los últimos
abrazos de despedida.

Los días se mastican, se confunden con la melancolía en gris de la
patria añorada.

Se aproximan las pieles, se tienden las manos, se abren las sonrisas.

Se manosean las fotografías familiares, se mezclan entre confidencias,
se palpan para no olvidar los rostros enmudecidos.

La esperanza se funde con el horizonte, se abrazan las gaviotas con
lágrimas de futuros inciertos.

Se adivina la emoción, se presiente el final que augura el principio...

Ruido. Ruido de pasos de alpargata. Olores extraños. Ruido de voces
nuevas. Sabores de otras tierras.

Emma Rosa

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